¿La muerte del cine?

La etimología de la palabra «cine» significa imagen en movimiento y alude a la sucesión de fotogramas que dan apariencia de vida a una imagen en realidad estática. Si nos fijamos en la acepción purista, el cine no existe. Ya no se fijan las imágenes en celuloide ni se crean películas, al margen del capricho de algunos directores. Perviven, eso sí, palabras fosilizadas que seguimos empleando en estudios y críticas: «película», sin ir más lejos, aunque también «filme» o «cinta» (esta última es muy graciosa ya que evoca las cintas de vídeo).

No obstante, el cine en su acepción más amplia tiene una mala salut de hierro y una prole vigorosa que ha trascendido los antiguos límites de formato y tiempo: las series son un buen ejemplo de ello, pero también las películas estrenadas directamente en plataformas. Es muy posible que veamos ahora más minutos de audiovisual que en toda la historia humana anterior. ¿Significa esto que haya muerto el cine estrenado en salas o en festivales? Es muy probable que no. Los festivales, por ejemplo, cumplen una función catártica más necesaria ahora si cabe cuando la mayor parte del consumo audiovisual lo hacemos en casa, solos o en pareja… Los festivales al fin y al cabo son una fiesta que nos permitimos de vez en cuando y que apetece disfrutar.

Sobre las salas, los cines de toda la vida, hay muchos más interrogantes. No es lo mismo una filmoteca que un multicine o una sala de reposiciones de arte y ensayo. Nuestra intuición apunta a que la sala de cine, aunque sea por puro disfrute «vintage», puede conquistar a las nuevas generaciones a poco que les trate con cariño… eso sí, habrá que esperar a que pase la pandemia y, lo más importante, a que les apoye la industria.